Meandros

2 de abril de 2024

Cuando me senté a escribir esta historia quería contarte todo lo que había pasado en mi vida estos veinte años. Todo la ausencia, el paréntesis de mi vida en el espejismo de este amor. Pero se me enredan los recuerdos, se mezcla mi infancia con la adolescencia, con mi primer novio, contigo, con mi marido. Y mis hijos. Entonces sabrás perdonar tanta discordancia.

El día que pelamos, y terminamos, fue el día que nos fuimos para Fredonia a enterrar al abuelo ¿te acuerdas? Que fuiste, a regañadientes, por segunda vez al pueblo donde nació mi mamá. Recuerdo mucho el evento del cementerio porque por primera vez entendí que la vida es bizarra, que nada tiene sentido y que me iba a perder, toda la vida, en tu mirada.

El abuelo cada que podía decía que se iba a morir, seguido de que teníamos que ir a cremarlo a la ciudad y volver a traerlo al pueblo, en cenizas, y enterrarlo al lado de la abuela. A la abuela no la conocí, él siempre le guardó una lealtad muy rara, porque le fue infiel toda la vida pero ahí seguían ambos hasta que ella se murió. Y bueno, tocó cremarlo y volverlo a llevar y los entierros de pueblo son todo menos corticos. La misa en la iglesia y luego tuvimos que caminar en una procesión detrás de él hasta el cementerio para meterlo al osario.

A ese cementerio una vez se lo llevó una borrasca del río porque está en un meandro, ¿sabes qué es? Son las curvas que dan los ríos; en las ciudades no se ve porque los ríos están canalizados. Pero esa es otra historia, porque ese día sí había cementerios, muertos y osario. El hueco en el que iba el abuelo estaba ya lleno y tocó sacar bolsitas de muertos y resulta que la mamá de él, que también estaba ahí metida pero en los huesos porque al parecer la cremación es algo nuevo, estaba en el borde y salieron los huesos disparados del osario a la calle. Y ese cementerio es una loma, no me acuerdo quién tuvo que meter el pie para que la cabeza no rodara cementerio abajo.

Yo me reí, mientras lloraba porque estábamos rezando porque el abuelo se había muerto, entonces también estaba triste, y lo bizarro de la vida me hizo comprender tantísimas cosas, como la certeza de que nosotros nos íbamos a amar toda la vida desde lejos. Y entonces tocó coger la cabeza, en huesos claramente porque esa señora llevaba muerta casi dos décadas, y volverla a acomodar en el osario, meter al abuelo y volver a cerrar el osario.

¿Qué sentido tiene todo? Y la pelea fue por cualquier estupidez, de eso sí no me acuerdo, han pasado como 40 años, ¿o más? No voy a hacer la cuenta. De lo que si me acuerdo es de que me cogiste la mano y caminamos la loma de bajada viendo la montaña y te dije, ¿no te parece muy raro que las calles en este pueblo acaben en montaña? y me miraste y sonreíste y me tomaste una foto de esas que tomas tú mirando y haciendo un círculo en el ojo con el dedo gordo y el pulgar y bajando el dedo de la mitad y haciendo click con la boca. Una foto mental para que no se me olvide este momento, dijiste. Yo tengo todas esas fotos guardadas en un cajón de mi mente. Te cogí la mano y ese día nos tocó dormir en la hamaca afuera en el corredor porque había mucha gente en la casa.

A veces siento que mi vida es como un río que canalizaron y se quedó sin meandros. Que lo que viví contigo me castró para siempre. Volver a la casa después de ese entierro fue muy duro, mi mamá lloraba todos los días y por esa época ya iba a nacer el bebé de Juliana y tú. Tú, siempre lejos pero nunca ido del todo. Y yo tuve que recoger todos los pedazos de esa vida que soñaste junto a mí y rehacerlos sola y luego llegó el único hombre en la vida que sí ha querido todo conmigo, mi marido, y lo mire a los ojos y lo cogí de la mano y salté al vacío; ha sido la única vez que he sentido que la curva del río de mi vida es natural, un meandro.

El bebé de Juliana nos cambió la vida para siempre. Yo nunca pensé que fuera posible amar tanto como amé ese enredo de cobijas, rojo, lleno de pegote y pelos enredados, gritando y morado que me entregaron en el hospital. Eso, hasta que tuve hijos. Se me abrió por dentro una herida que no se cerró nunca y que con todos los hijos y sobrinos que criamos solamente se hizo más profunda. Es una herida dorada, donde irradia dolor y felicidad en misma medida.

Estábamos jugando parqués, yo estaba ganando y Juliana se partió a la mitad del dolor y mi tía Rosalba gritó, Ya viene el bebé y todos corrimos a nuestras posiciones: mi papá a prender el carro, mi mamá a hacer el tinto, mi tía Rosalba cogió a Juliana y la fue llevando lentamente y yo fui por el morral que habíamos empacado con ropa para la mamá del bebe, el bebé y yo empaqué ropa para mí porque tenía el presentimiento de que eso iba para largo. Yo no sabía qué era un parto, pero las visiones y las corrientes empezaron por esa época y bueno, me dejé llevar.

Bien que hice porque el parto duró 48 horas, resulta que el bebé tenía la cabeza demasiado grande. Primero, las contracciones se demoraron demasiado, eran como las once de la noche y seguíamos esperando que fueran más cercanas, entonces a Juliana le pusieron un medicamento que para inducir el parto. Y yo esperando, leyendo, sentada, yendo por tinto.. pasó tanto tiempo que mi papá fue a la casa, durmió y volvió con otro termo de tinto y todo seguía igual. Cuando por fin empezó el parto a Juliana le amarraron las manos y la pusieron con las piernas abiertas; yo lo vi todo, me tocó entrar a mí porque ella quería que fuera yo la que estuviera acompañándola. Intentaron el parto mucho rato más, horas, y nada, resulta que el bebé tenía la cabeza más grande de lo normal y no cabía. Tocó hacer una cesárea.

Juliana después se reía y decía que si hubiera sabido se habría hecho cortar desde que entró por el hospital y dijo que si volvía a tener un hijo iba a obligarme a que mandara a hacer la cesárea desde el minuto 0. Al final el bebé nació tranquilo, feliz, morado, gritón y me lo entregaron a mí porque era la única de la familia en la pieza y yo no supe que hacer con ese pegote entonces se lo puse a Juliana al lado de la cabeza. Sigo sin entender cómo dejaron que una niña entrara de acompañante de otra niña a un parto. Eran otros tiempos.

Gabriel le pusimos al bebé. Digo pusimos porque Juliana lo tuvo sin nombre como 6 meses hasta que todos nos cansamos y pusimos una lista de nombres en la nevera y las personas que iban a la casa fueron votando y así quedó el nombre. Esa historia no te la sabías, ¿o sí? Ahí fue que hicimos un pacto todas las primas para no repetir nombres de los hijos, qué locura uno a los 15 años pensando en que la prima le va a robar el nombre soñado del hijo, tan obligadas que hemos estado siempre a ser mamás, una locura.

Luego de tu abandono, tu amor, tu rechazo, tu certeza yo me volqué en Gabriel y lo criamos entre las tías mi mamá Juliana y yo. Y ahí fue que conocí a Julio, mi marido, que era estudiante del pediatra de Gabriel, que era amigo de mi papá del billar de toda la vida. Una vez en una cita él estaba, y me miró, y cuando salimos el doctor le estaba diciendo algo a Juliana y mi mamá y el muchacho se me acercó y me dijo que muy lindo mi vestido, Gracias, La puedo invitar a cine un día de estos, Sí claro, y nos fuimos. Yo no pensé que fuera a pasar nada pero el sábado llegó a las tres de la tarde preguntando por mí con nombre y apellido. Yo salí con un piecito de anturio pensando que era algún desprevenido preguntando por las flores y él Vine a recogerla y yo me quedé muda.

Me esperó un rato y salimos. Vimos una película de un terremoto, no me acuerdo del nombre y luego fuimos a comer a un restaurante nuevo donde venden unas sopas llenas de cosas, como un sancocho pero de otra parte, se me olvidó el nombre. Y siempre hablamos, hablamos y hablamos más y todo con Julio ha sido conversar y conversar y ese día no pasó nada y yo llegué a mi casa con él, a pie, y seguimos todavía conversando en la banca de los anturios de afuera y nos dieron las cuatro de la mañana. Yo no pensaba en ti, lo tuyo fue una cosa que pasó en mi vida, demoledora, como un meteorito, pero habían pasado mucho tiempo y muchas cosas y yo ya había seguido. Lo que no supe hasta hoy era que esa herida estaba abierta, o no abierta, congelada en el tiempo y sobre ella había edificado los meandros de mi vida; tu ausencia canalizó el río que sería mi vida y Julio vino a sacarme de mi cause.

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